Te voy a contar la historia de Kaluha, una bella gatita que llego a mi casa una navidad.
En casa siempre hubo perros, cuando nuestra primera mascota murió nos dejó un vacío en el pecho que no podíamos superar, así que decidimos incluir a un gato en la familia.
Mi mamá quería uno negro porque siempre le causaron curiosidad, mi hermano y yo preferíamos un perro para jugar, así como jugábamos con la anterior, quien murió de viejita a los casi 18 años.
Así pues, llego Kaluha, hermosa y tan pequeña que podía dormir en una caja de zapatos. Al principio todo fue felicidad, todos la cuidábamos, la apapachábamos, le dábamos de comer y jugábamos con ella.
Pero el tiempo pasó y ella empezó a crecer, dejaba pelitos por todos lados, rasguñaba los muebles y merodeaba por zonas delicadas. Mi papá empezó a detestar al pobre animal, nosotros dejamos de acércanos a ella porque nos mordía y nos rasguñaba todo el tiempo. Mi papá la regañaba de todo y en venganza la gatita se subía a la cama de mis papás y se orinaba. La situación cada vez era más complicada porque Kaluha se les aventaba a las mordidas a todas las personas que llegaban a la casa y maullaba sin parar todo el tiempo, mañana y noche. Mi mamá le tenía cada día menos paciencia y la gatita pasaba cada vez más tiempo en la terraza.
La historia terminó en que mis papás regalaron a Kaluha. Nunca entendí bien que paso, si éramos tan felices con el perro que habíamos tenido.
Hoy se te decir que pasó. Primero las razones por las que llego Kaluha a nuestras vidas no fueron las correctas, queríamos llenar el hueco que Vodka, nuestra primera compañera peluda dejó y al ser, digamos, una mascota de repuesto, nunca la pudimos ver cómo era ella realmente.
Otro punto es que nunca nos documentamos sobre las características y necesidades de un gato que definitivamente son diferentes a las de un perro, nunca nos interesamos por conocerla mejor y generar una nueva rutina en familia.
Por último, no hubo consenso familiar, mi papá no quería otra mascota, mi hermano y yo no queríamos un gato, en general nunca estuvimos ni completamente de acuerdo ni completamente comprometidos y todo terminó siendo una triste historia donde Kaluha, a los 2 años, dejo nuestra casa para irse a vivir con la chica que nos ayudaba.
De aquí la moraleja, nunca compres o adoptes un peludo para sustituir a otro, la pena de perder un compañero es muy grande y si consigues un nuevo compañero mientras aún estas de luto por el anterior, le estas negando al nuevo la oportunidad de entrar a tu corazón porque nunca será como el que perdiste y siempre lo miraras de una manera diferente.
Antes de adquirir un peludo, comprado o adoptado, de raza o mestizo, documéntate sobre las características de la raza en cuanto a tamaño, comportamiento y carácter, si adoptas un mestizo, en el centro de adopción te pueden informar sobre cómo es en especial ese peludo y si tienes que realizar algunas acciones específicas en casa.